Con la aparición de la Tecnocracia y la posterior implantación del Plan de Estabilización por los miembros del Opus Dei, en los 60 los falangistas desalojaron los despachos tras veinte años enganchados a la teta, y España se puso a crecer a un promedio del 7% anual. Se imponía un cambio en muchas esferas, y entre las más importantes y urgentes en la Educación Académica, que era desastrosa, debido sobre todo a la desigualdad clasista. Pero el cambio era imprescindible en cualquier estructura del Estado. El Bachillerato elemental (4 cursos y una reválida) era necesario para saltar al Bachillerato Superior (5º, 6º y reválida) obligatorio para el acceso al curso Preuniversitario (el PREU) y así poder ingresar en la Facultad de una Universidad o Escuela Técnica Superior. Con 4º y reválida se podía acceder a una Escuela de Grado Medio (o Peritaje) igualmente ubicadas solo en las capitales de provincias o en algunos pueblos grandes. Pero para acceder a todo el proceso había que ser de familia acomodada, porque incluso los centros de estudio del Bachiller, llamados Institutos Nacionales o de Segunda Enseñanza, solo estaban situados en las ciudades importantes, donde los hijos de familias pudientes vivían internos en Colegios Universitarios. Viajar cada día a la ciudad, en transportes tan precarios no era para ellos. Quedaba la opción de matricularse por Libre, con derecho a asistir a clases, a los exámenes y titulaciones.
lunes, 3 de marzo de 2025
ESTUDIAR HOY, ¿ES PERDER EL TIEMPO?
lunes, 10 de febrero de 2025
LOS 60: EL MUNDO REAL ESTABA AHÍ FUERA
Así que, mientras aquí comenzábamos a salir del cascarón, en buena parte del mundo sucedían unos acontecimientos de tal envergadura que a la mente humana le parecía imposible que pudieran repetirse en el futuro. solo por mero sentido común. Pero vivir para ver: muchos se han quedado, comparativamente, cortísimos.
Cuando al atardecer del 28 de octubre de 1962, los altavoces del Ministerio de Marina, sito en el Paseo del Prado de Madrid, sonaron para decir que se levantaba el acuartelamiento de todo el personal militar, los gritos de alegría de los marineros que estábamos destinados en el Ministerio debieron oírse en todo Madrid. Llevábamos una semana sin ver la calle, enjaulados y aterrados y esperando lo peor en la azotea del edificio. Rápidamente a cambiarse para lanzarnos a la calle y tomar unos vinos para celebrarlo. Teníamos 20 años pero éramos conscientes, de ser uno de los objetivos principales de la posible primera y última guerra nuclear, ya que a poca distancia de la capital está la Base Militar Americana de Torrejón de Ardoz.
Y es que la crisis de los misiles de Cuba había concluido, ya que la URSS no se atrevió a cruzar la invisible línea roja que trazó en el Mar Caribe el atrevido y malogrado Presidente Kennedy.
Pero posiblemente, de aquel grupo jóvenes marinos que estuvimos muy cerca de un holocausto nuclear yo era uno de los que tenía más conciencia del grado de armamento de la Marina española, ya que mi profesión antes de la mili era técnico electrónico, y ejercía mi oficio en el Departamento de Artillería de una de las factorías de la Bahía Gaditana dedicada entre otras cosas al armamento de buques de guerra, los cuales también se construían en la zona, junto a los mercantes de recreo y superpetroleros, a los que solo hacían sombra los construidos en Japón y en Corea del Sur.
La sección del departamento de Artillería de la factoría San Carlos, en la que se realizó la automatización del cañón NG53 era conocida con el apelativo de “Mando a Distancia”, donde trabajábamos un equipo de mecánicos, electricistas y técnicos en Electrónica. Constaba de una sala de mandos cuyas paredes estaban cubiertas por cajas de acero de aprox. uno por un mt., repletas de los clásicos amplificadores de válvulas de radio de la época, con sus complementos de resistencias y condensadores para cerrar los circuitos y cuyas señales amplificadas confluían en un pupitre de mando desde donde manejar por control remoto los movimientos y funciones del cañón, que estaba anclado en un foso a una distancia de 7 u 8 metros desde la sala de control, unidos por un grueso cableado subterráneo para trasladar las señales electrónicas desde la cabina, simulando su ubicación en el destructor, aunque a inferior distancia que desde el puente de mando del barco a los cañones, lógicamente. El supervisor del proyecto era un capitán de corbeta (comandante) impuesto por la Marina, que controlaba el desarrollo del proyecto y comprobaba si se cumplían las etapas establecidas entre la Armada y la Factoría para la instalación definitiva del cañón en el destructor Oquendo en la fecha estipulada.
CONTROL REMOTO
Hasta el próximo post
lunes, 27 de enero de 2025
ACONTECIMIENTOS CONCOMITANTES
El decreto ómnibus
(Resumen de El Confidencial. 22-1-2025)
El día en que la oligarquía tecnológica tomó posesión con Donald Trump
martes, 17 de diciembre de 2024
EL SALTO A LA SOCIEDAD DE CONSUMO
A comienzos de la década de 1960 y tras 20 años de posguerra que apenas alcanzó para la mísera supervivencia de una inmensa capa de población española, y sufridos “los años del hambre”, comenzaba el Plan de Estabilización de la mano del tecnócrata Don Laureano López Rodó, y el pueblo empezó a vislumbrar un rayito de esperanza ya que habituados a carecer de todo y a soportar estoicamente una coordinada, absoluutista y machacona propaganda franquista que, empezando por el obligado NO-DO en los cines y secundada por una totalitaria red de comunicación de la prensa y radio del Movimiento Nacional, renegaba de todo lo extranjero, a pesar de nuestras extremas necesidades. Mientras, se comenzó a percibir en anuncios de la radio y cierta cartelería los primeros conatos de una ingenua y primaria publicidad de productos y servicios hasta entonces desconocidos por el personal, como bien refleja en su magnífico y satírico libro “CELTIBERIA SHOW” el malogrado maestro de periodistas barcerlonés, Luis Carandell. Estaba naciendo la Sociedad de Consumo. Esa que hoy ya supone el 60% del PIB, según el INE.

El crecimiento económico español de los años sesenta modificó la estructura social española de forma significativa, adquiriendo las características propias de un país desarrollado. El despegue de la industria y de los servicios en las ciudades atrajo a la mano de obra sobrante del campo. Por vez primera en la historia la población activa española de los sectores secundario y terciario superaba a la dedicada al sector primario. España dejó de ser un país agrario para ser industrial y terciario. La sociedad española había sido, eminentemente, rural y, además, había estado muy polarizada, con una minoría con un altísimo nivel de vida, una escasa clase media y una gran mayoría de españoles encuadrados en la clase baja con escasos recursos. En los años sesenta se evolucionó hacia la generación de una amplia clase media urbana.

Saludos y hasta el próximo post
viernes, 29 de noviembre de 2024
PARADOJAS CATALANAS
Al cumplirse el Sesenta Aniversario del Plan de Estabilización que salvó a España del colapso económico, el 6 de octubre de 2019 el periodista, Carlos Sánchez, publicó un artículo en El Confidencial cuyo contenido fue relativamente conocido en Cataluña; no así en el resto de España, donde pasó prácticamente desapercibido. En él se trata del protagonismo que tuvo el abogado y economista barcelonés, Joan Sardá, en el planteamiento estratégico y la puesta en acción de aquel Plan que libró a toda España de la ruina.
Una de las diversas paradojas de este trance histórico es que el personaje que sacó a España de la autarquía y pusiera al país en el tren de la modernidad (y de paso salvó a la dictadura) fuera, precisamente, un estudioso del cerebro de la socialdemocracia, John M. Keynes, quien había resucitad al capitalismo de la Gran Depresión de 1929. Es decir, mientras Laureano López Rodó y sus tecnócratas del Opus se encargaban de medrar, con la ayuda de Carrero Blanco, para convencer a Franco de la necesidad de desalojar a los falangistas de los despachos autárquicos, quien proyectaba el Plan de Estabilización era el catalán Joan Sardá.
Juan Sardà (o Joan, como se prefiera) no conoció personalmente a Keynes, al sabio de Cambridge, durante su estancia en la London School of Economics, en los comienzos de los años 30, pero de él dijo: "El keynesianismo fue naturalmente la revelación de mis años de juventud, y de aquí deriva mi especialización hacia la cuestión monetaria".
El Sardà economista (1910-1995) no era socialdemócrata, ni franquista, ni liberal en el sentido ortodoxo del término, aunque esto pueda parecer una contradicción; ni, por supuesto, era partidario de la planificación soviética con sus planes quinquenales aprobados dócilmente por el politburó. De hecho, como ha escrito la profesora Rocío Sánchez Lissen, se proclamaba un 'liberal pragmático'.
Sardá, sin embargo, era un poco de todo eso, como lo era el propio Plan de Estabilización de 1959, el cual lo diseñó desde su puesto como jefe del servicio de estudios del Banco de España, junto a un selecto grupo de tecnócratas, muy vinculados al Opus Dei. Y que a la postre serían los estrategas del gran salto adelante del franquismo. Un antes y un después que sacó del subdesarrollo al país, al que la guerra y la propia dictadura, enemiga de la libertad, habían sometido. Un país que sobrevivía a duras penas con la 'ayuda americana' tras los acuerdos estratégicos con EE.UU y la consiguiente instalación de sus bases militares en España.
Cómo acabar con la autarquía
En realidad, todo empezó hace ahora 60 años con una célebre 'Nota dirigida al Ministerio de Hacienda por el director del Servicio de Estudios del Banco de España', en la que Sardà, junto al economista Gabriel Ferrás, director del departamento para Europa del FMI, advertía del inminente colapso de la economía española y de la necesidad de abrirla al exterior, y que se materializaría poco tiempo después cuando en junio de 1959 llegó a España una delegación presidida por el propio director gerente del FMI, Per Jacobsson, para entrevistarse con el jefe del Estado y convencerlo de que era hora de liquidar la autarquía y de reestablecer el equilibrio entre ahorro e inversión. Nada más, y nada menos.
Como han señalado muchos economistas en una definición que se ha hecho canónica, aquel Plan supuso el paso del Rubicón de la economía española. Y su Julio César fue Joan Sardà, junto a los Navarro Rubio (Hacienda), Ullastres (Comercio) o López Rodó (comisario del Plan de Desarrollo), que realmente fueron los artífices de una obra imponente, en la que el profesor Fuentes Quintana ocupó un papel relevante.
Atrás quedaba la autarquía y el dirigismo neofascista del sistema productivo, representado en el Instituto Nacional de Industria (INI) como el símbolo más elocuente del capitalismo de Estado. España volvía al mercado. O lo que es lo mismo, volvía a mirar a Europa, el viejo sueño de la tercera España que perdió la guerra pero que décadas después ganó la paz sin pegar un solo tiro.
El ideólogo del Plan de Estabilización, otra paradoja más, venía del republicanismo burgués catalán, en el que se situaba más cerca de ERC, en cuyo órgano había publicado varios artículos. Como ha escrito la profesora Sánchez-Lissen, al comenzar la guerra civil, Sardà prestó servicios en el bando republicano, participando en la batalla de Teruel en 1938. Incluso, colaboró en el diseño de la autoridad monetaria de Cataluña, con la creación de un banco central, así como en la integración de esa región en el sistema monetario y financiero de la República. Su especialización en política monetaria puede parecer irrelevante, pero está en el centro del Plan de Estabilización que él diseñó, toda vez que la autarquía dejó las arcas del Estado tan exhaustas como se las encontró tras la guerra, lo que obligó a pedir préstamos en el exterior para financiar la incipiente industrialización. Ese tren que tantas veces se le había escapado a España.
Esa misma Europa que por entonces despreciaba el franquismo, que acabó por apartarlo del servicio de estudios en 1965 porque los planes de desarrollo, mucho más dirigistas, se habían alejado de lo que había alumbrado el primer Plan de Estabilización. El capital extranjero, el gran enemigo del primer franquismo, pasaba así a convertirse en la palanca del cambio económico para equilibrar la maltrecha balanza de pagos. Una tarea hercúlea que necesitó cuatro años de disposiciones legales para completar el célebre decreto ley de 1959 que, en sus primeras líneas, como un aviso a navegantes, reivindicaba la "guerra de liberación". Una cosa era liberalizar la economía y otra bien distinta abrir la mano a la democracia.
Ser jefe del servicio de estudios del Banco de España (accedió al cargo en 1956 después de trabajar varios años en Venezuela para el banco central) sin ser franquista (él fue quién redactó el Memorándum que España envió en junio de 1959 al FMI y a la vieja OECE para integrar a la economía en la modernidad) no debía ser fácil.
Sardá, como dijo el gobernador Pablo Hernández de Cos, en el informe anual del Banco de España se atrevió a afirmar que la situación económica era "insostenible" (sic), por lo que urgía a las autoridades a adoptar medidas. Ahí empezó todo. O casi todo, porque el apellido Sardà es sinónimo de una escuela de economistas muy críticos con el régimen.
jueves, 21 de noviembre de 2024
LA ESPAÑA TECNOCRÁTICA
EL PLAN DE ESTABILIZACIÓN (1959-1975)

martes, 12 de noviembre de 2024
PREVENCIÓN Y RESPONSABILIDAD

- El Mentor
- Si no se acaba de una vez con el desequilibrio entre el ser humano y la naturaleza, nuestros descendientes no querrán ni recordar nuestros nombres.