martes, 21 de diciembre de 2021

LA INFLACIÓN Y EL TOMATE

Sobre la “inflación académica” ya debatieron bastante en su día John Keynes, defensor del estado del bienestar, y su mayor oponente, el monetarista de la Escuela de Chicago, Milton Friedman. Pero lo que de verdad le importa a la gente, la llamen como la llamen, es por qué, así, por las buenas (y si hace falta por las malas), suben los precios del carro de la compra, y la luz, el gas, el agua y cualquier producto o servicio, básico o no, que tenga un precio. Es decir, lo que eufemísticamente llaman el IPC. Evidentemente, los trabajadores y pensionistas más precarios y con los ingresos más bajos sufren las consecuencias de forma más sangrante. Así, la Inflación, tradicionalmente, se conoce como “El impuesto de los pobres”.

   Estos son los verdaderos estragos de la subida del IPC


Sin embargo, la vicepresidenta primera del gobierno y ministra de Asuntos Económicos y Transformación Digital, Nadia Calviño, ha pedido “evitar subidas salariales que afecten de forma estructural a la inflación”. Así lo ha declarado en una entrevista este lunes en La Vanguardia, tras el fuerte repunte de los precios de los últimos meses, porque la inflación ya está en el 5,5%, según los últimos datos. (Afortunadamente hay empresarios que no le van a hacer ni caso)

La ministra ha defendido que "la evolución de los salarios tiene que adecuarse a las características de cada empresa y de cada sector" y cifra que la inflación se sitúa alrededor del 3%, aunque alcance el 5,5% en noviembre. “Dependerá de la negociación colectiva que se produzca en cada contexto, para asegurarnos de que no tiene un impacto negativo sobre el crecimiento y la creación de empleo", explica la responsable económica del Gobierno.

Calviño ha explicado las causas que subyacen a esta situación, “una presión sobre los precios”, especialmente “de bienes intermedios, que son la subida de los precios de la energía en los mercados internacionales y los problemas de suministro por cuellos de botella en las cadenas globales".

Pero la ministra debería tener en cuenta que los españoles llevamos soportando ya muchos palos ininterrumpidos, y aunque la abuela del anuncio no pueda entender que es eso de los porcentajes que le cuentan por la tele, hay muchos millones de españoles que no solo saben lo que está pasando aquí y en el resto del mundo porque se informan de verdad, sino que con la mayor profesionalidad y disciplina se han dejado la piel en su puesto de trabajo o en su casa en unos tiempos tan difíciles. Por lo que no tienen en absoluto ninguna culpa de que por cuestiones de geopolítica o de inconfesables intereses urdidos en determinados despachos, sus 100 euros de anteayer valgan hoy solo 94,5.

“Y es que, sin darnos cuenta, los españoles hemos vivido -en nuestro subconsciente- una larga crisis económica desde 2008 hasta finales de 2021. Lo del “subconsciente” es un eufemismo, porque con 4,4 millones de desempleados, tasa de paro del 14,56% (dato EPA, INE) decrecimiento económico, destrucción de sectores empresariales claves como el turismo, los viajes, la hostelería, la restauración y los sueldos más bajos de la OCDE, las personas sienten la crisis económica en sus propias carnes: en el pago de la hipoteca, la gasolina y el recibo del gas y la luz, que se han encarecido desproporcionadamente.” (ECD. 18-12-2021)

Por otra parte, la ministra debería oír la voz de los representantes extraoficiales del pueblo. Hace varias noches, Arguiñano daba su opinión en la tele al entrevistador sobre el enorme subidón que ha dado el IPC en cuatro días. "Lo de los precios es algo que no termino de entender. Pero no solo sube la luz. Vas a la gasolinera y te meten un sablazo, al final se quedan con todos. ¿Por qué no sale la cara del que te sube la luz? Nos tienen entretenidos con el fútbol”, comentaba el cocinero con su habitual sorna.

Al final, terminaremos recitando aquello que se cantaba en Sudamérica en los años 70:

    «Qué culpa tiene el tomate

    que está tranquilo en la mata

    y viene un hijo de pu**

    y lo mete en una lata

    y lo manda pa Caracas»


Hasta la próxima


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Si no se acaba de una vez con el desequilibrio entre el ser humano y la naturaleza, nuestros descendientes no querrán ni recordar nuestros nombres.