domingo, 22 de abril de 2018

EL PRECIO DE PEDIR A GOLPE DE CLIC (2ª Parte)

Uno de los puntos más polémicos son las condiciones laborales. Muchas de estas empresas se nutren principalmente de autónomos. Las compañías hablan de una nueva forma de trabajar revolucionaria, en la que las viejas reglas no sirven, que permite al empleado conseguir unos ingresos sin ataduras, cuando y cuanto se quiera. Otras voces añaden sombras al paisaje rosado y advierten que se trata de una precarización del trabajo que genera inestabilidad, salarios bajos y que tiene un impacto negativo en las arcas del Estado. “Hay mucha amnesia histórica en relación con la tecnología y la economía digital”, advierte Srnicek. “El modelo basado en autónomos tiene una larga historia, particularmente en construcción, como parte de la tendencia que llevó a subcontratar a partir de los setenta para reducir costes”, añade. Ahora la subcontratación llega a más tareas y sectores.

LA ADMINISTRACIÓN LOS CONSIDERA FALSOS AUTÓNOMOS AL EXISTIR UNA AUTÉNTICA RELACIÓN LABORAL.

¿Qué tipo de relación debería haber entre estos trabajadores y las empresas? Mientras la Comisión Europea prepara un plan para regular las nuevas formas de empleo, las pocas sentencias judiciales que ha habido hasta el momento no son determinantes. En noviembre debía celebrarse en España un primer juicio (de una denuncia interpuesta por tres repartidores de Deliveroo), pero el caso se cerró con un acuerdo económico. En Reino Unido, los jueces se han inclinado por definir a los conductores de Uber como trabajadores no autónomos. Sin embargo, dos pronunciamientos en Reino Unido y en Francia afirman que los riders de Deliveroo son freelancers. Las empresas alegan que esos autónomos tienen libertad para trabajar con cualquiera y que, en su mayoría, prefieren este tipo de flexibilidad.

¿Cuál es el papel del consumidor en todo esto? “Al final todos somos Uber. Todos consumimos plataformas. Si recurrimos a productos low cost, de alguna forma contribuimos a que se imponga una política de reducción de costes que puede traducirse en que las empresas ofrezcan un trabajo más low cost”, destaca Luz Rodríguez, profesora de derecho del trabajo de la Universidad de Castilla-La Mancha. “Habrá que tender hacia un sistema en el que los derechos sean iguales con independencia del estatus jurídico, de si uno es fijo, temporal o autónomo”, opina desde Ginebra, donde investiga, en colaboración con la Organización Internacional del Trabajo, el futuro del mercado laboral.

La economía de plataforma quizá represente a un porcentaje modesto de trabajadores, pero el empleo “bajo demanda” crece. McKinsey Global Institute realizó en 2016 una encuesta a 8.000 personas en Estados Unidos y Europa y concluyó que entre el 20% y el 30% de la población activa participa en algún tipo de trabajo autónomo.

“Tenemos que preguntarnos qué tipo de protección social queremos”, apunta Rodríguez, que advierte que la brecha entre trabajadores con un empleo fijo y trabajadores temporales se amplía.

El cambio en la forma de trabajar está siendo enorme y acelerado. El modelo de estudiar hasta los 20 años y luego aspirar a un contrato estable a tiempo completo está en duda, según Albert Cañigueral, miembro de OuiShare, un think tank colaborativo. “Hay preguntas pertinentes, como el factor ético del trabajo, de cómo los cambios afectan a la protección social. Esta tendencia va a ir a más. No será tanto una cuestión de asalariados frente a empleados independientes, sino de cómo estabilizar esos cambios, ante el riesgo de precariedad”, opina.

El auge de las plataformas coincide con la precarización del mercado laboral, con los salarios estancados y una elevada temporalidad. “La regulación se ha quedado anticuada. Lo que hay que pedir es más control general en el trabajo del futuro para evitar situaciones de explotación”, opina la filósofa Victoria Camps. “Hay que tener en cuenta también que no se pueden desmontar del todo servicios que son buenísimos para el consumidor; además, detrás de algunas iniciativas de economía colaborativa hay un objetivo positivo, que es optimizar los recursos, como quien comparte un coche”, añade. Lo que hay que pedir, en su opinión, son “más controles”.

Surgen también iniciativas que pretenden ofrecer alternativas a los grandes actores. Mensajeros de Deliveroo y Glovo se han rebelado y han montado sus propios servicios, en forma de cooperativa, con sus propias condiciones laborales. La cuestión es si se puede competir con multinacionales que atraen millones de unos fondos de capital riesgo que sienten especial predilección por todo lo “disruptivo”. “Creo que es más positivo construir estructuras alternativas que faciliten unas elecciones éticas a culpabilizar al usuario. Porque, en ocasiones, el consumo ético solo está al alcance de un determinado poder adquisitivo”, opina Srnicek.
De vuelta al sofá, en esa tarde fría de invierno, al recibir la comida uno podría preguntarse por las condiciones laborales del repartidor. Pero por el momento, opta por celebrar la comodidad 4.0, puntúa el servicio y comparte en las redes una foto de la cena.

Hasta la próxima

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Si no se acaba de una vez con el desequilibrio entre el ser humano y la naturaleza, nuestros descendientes no querrán ni recordar nuestros nombres.