lunes, 9 de enero de 2017

¿VALEN LAS EMPRESAS TECNOLÓGICAS TANTO COMO DICEN?

(Artículo publicado por el periodista Borja Ventura en el Blog YOROKOBU el pasado jueves, día 5 de este mes, y que por su interés reproducimos aquí)

Hay muchos modelos de negocio posibles, pero todos ellos se reducen a uno solo: alguien paga por algo. Y esa es la primera barrera de cualquier negocio: si nadie paga por lo que haces, no hay negocio. Hay otra cosa —cooperación, voluntarismo…— pero no negocio.

Esta obviedad podría dejar fuera de un plumazo a un buen número de empresas tecnológicas en las que nadie paga por nada, pero es cierto que algunas de esas se salvarían de la criba. El motivo: se las han ingeniado para sortear esa lógica edificando uno de los axiomas de nuestros tiempos modernos, ese de que si no pagas por el producto es porque el producto eres tú.

El ejemplo paradigmático de ese axioma es Facebook, que está edificando un imperio gracias a ti y a la cesión voluntaria de tus datos. Tú no pagas nada por estar en contacto con todo el mundo y las empresas pagan una millonada por tener acceso a información sobre ti: ellos le dicen a Facebook a quién quieren enseñar sus anuncios y ellos les seleccionan los perfiles. Todos ganan, pero porque al final alguien paga.


El ‘problema’ son esos negocios que no son tales. Esos en los que nadie paga por ellos o no de forma perceptible. O no, al menos, al nivel de lo que vale ese negocio. Porque sí Facebook vive de los anuncios online, Google también (y de muchas otras cosas) e Instagram, lo mismo. Pero si Snapchat o Twitter apenas sacan dinero de los anuncios, ¿por qué valen tanto? ¿Y WhatsApp? ¿Cuánto vale WhatsApp?

Volvamos dos décadas atrás en el tiempo: la recordada burbuja de las ‘puntocom’ explotó después del descomunal crecimiento del valor en Bolsa de empresas basadas en internet. Debajo de ellas no había un valor real, sino una espiral especulativa. Y la especulación se basa precisamente en disociar el valor ‘tangible’ de algo con el precio que se pone en el mercado.

El mercado, esa cosa abstracta para muchos, funciona sobre algunas cosas concretas como la diferencia entre precio y valor. En los Países Bajos de hace cuatro siglos se vivió la primera gran crisis especulativa que se recuerda, la de los tulipanes. Las flores se convirtieron en símbolo de riqueza y se pagaban ingentes sumas de dinero por productos que no aportaban valor tangible alguno (más allá del estético y el simbólico) y que además eran de altísima caducidad.

WhatsApp, sin embargo, no es un tulipán. A la app de mensajería se le supone un valor altísimo, ya que aporta un valor concreto como es el conectar a miles de millones de personas cada segundo, y manejar un ingente (y sensible) montón de datos en tiempo real. 

Pero la cuestión es que cuesta ver el negocio en las tres plataformas. Hace un tiempo, por ejemplo, WhatsApp cobraba (a algunos y a veces) 0,99$ al año por usar su servicio. Poco menos que cuatro SMS de los de antes para usarlo sin límite durante un año. No era mucho dinero, pero —volviendo a la idea inicial— alguien pagaba por algo, y siendo que ese ‘alguien’ es una numerosísima base de usuarios activos, hacía que el ingreso fuera significativo.

¿Valen lo que cuestan?

Ahora bien, ¿justificaba ese ingreso la compra por parte de Facebook por 19.000 millones de dólares? La duda crece cuando tras la compra WhatsApp pasó a ser totalmente gratis para todos. En WhatsApp no hay publicidad, ni suscripciones, ni -se supone- cesión de datos. Es cierto que el objetivo podría ser el conectar la base de datos de Facebook con un descomunal listín telefónico, pero… ¿vale WhatsApp lo que cuesta? Porque sí, alguien -Facebook- ha pagado por algo -la adquisición de una empresa-, pero ¿por qué?

Menos descomunal —y mucho más justificada de momento— parece la otra gran compra de Facebook: se hizo con Instagram por 1.000 millones de dólares, y se espera que este año el beneficio de la app supere a su precio de adquisición —y más que crecerá—. Pero aquí sí hay negocio: alguien (las marcas) pagan por algo (ponerte publicidad).

Y, en términos generales, ¿tiene sentido que valga más una empresa cuyo ‘negocio’ central es la publicidad que aquellas que se dedican a la venta de bienes concretos y tangibles?

La respuesta a todas esas preguntas se basa en algo que se suele manejar mucho en el mercado publicitario: lo ‘intangible’. Igual que un tulipán confería estatus social, un iPhone dice algo de su dueño muy distinto a lo que dice un móvil de bajo coste.

Pero no todas las empresas tecnológicas basadas en internet carecen de negocio. Amazon, Spotify o Netflix son claros ejemplos de negocio en el que alguien paga por algo (otra cosa es que sea suficiente para que las empresas sobrevivan a lo largo del tiempo, que en esos casos parece que sí). La duda, de nuevo, es si el importe es justificado.

Primer ejemplo: Google. En estos momentos tiene un valor de capitalización bursátil (es decir, el valor de venta de las acciones que la compañía tiene ahora mismo en Bolsa) de 560.000 millones de dólares. Su negocio ‘tangible’ habla por sí solo: en 2015 ingresó 74.540 millones de dólares, lo que equivaldría a ser la 95º economía del mundo.

En el caso de Facebook las cifras son menos apabullantes, pero casi igual de poderosas: su valor de capitalización bursátil actual es de más de 347.000 millones de dólares, y su ingreso durante 2015 fue de casi 18.000 millones de dólares. Eso, siguiendo el símil hecho con Google, le colocaría como la 149º economía del mundo, por encima de lo que producen en todo un año países como Islandia, Bahamas o Mónaco”.

Hasta la semana que viene

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Si no se acaba de una vez con el desequilibrio entre el ser humano y la naturaleza, nuestros descendientes no querrán ni recordar nuestros nombres.