lunes, 14 de abril de 2014

INNOVACIÓN Y HUMANISMO

Las innovaciones técnicas no siempre han tenido el predicamento y la aceptación tan cómoda que tienen hoy. En “El diseño industrial reconsiderado” (1977), su autor, Tomás Maldonado (Buenos Aires, 1922), Agregado de Proyectación ambiental en la Facultad de Arquitectura del Politécnico de Milán en los 70’, que antes lo había sido en las de Filosofía y Letras de Bolonia, y en la Hochschule für Gestaltung de Ulm (Alemania), comienza el tercer capítulo de su corta pero densa obra titulándolo “La aportación de la vanguardia histórica”, y diciendo: 

“Durante el siglo XIX era frecuente que los escritores y artistas adoptaran una posición de crítica, e incluso de neta oposición frente a la máquina. Los casos más conocidos son los de Edgar A. Poe, Charles Dickens, J. Ruskin, Emilio Zola o Baudelaire. La rápida difusión de la locomotora, que se produce en Inglaterra entre 1830 y 1850, cambia radicalmente el panorama visual de la sociedad victoriana. Y no solo visual; el lenguaje cotidiano, y por tanto la literatura también, se satura de metáforas mecánicas de toda clase, a las que suele recurrir para descripciones de tintes negativos o despectivos. La “naturaleza”, tan celebrada por los románticos, aparece ahora amenazada por un ingenio –la locomotora- que a menudo se define como maléfico.

Por primera vez, con estupor, el hombre victoriano constata la irrupción, que considera ultrajante, de lo mecánico en lo orgánico. Y esta reacción inmediata se encuentra en cualquier lugar en el que la locomotora deja sentir su presencia, tanto en el paisaje de la ciudad como en el campestre. Por ejemplo, Zola describe una locomotora, la “Lison”, como la personificación de la violencia autodestructiva de la humanidad.

Hasta que el poeta norteamericano White Witman miró la locomotora con otros ojos, y allí donde los poetas victorianos solo hallaban fealdad, él vislumbra una belleza nueva, exaltante:

“Su cuerpo cilíndrico, metales dorados y aceros plateados, sus macizas barras laterales, bellas paralelas, rodando rítmicamente a sus lados, su palpitar, su rugido, mesurado, ora potente, ora atenuado en la lontananza,..” 

El tema de la locomotora retornará en las primeras décadas de este siglo (el XX), con idénticos términos apologéticos, aunque acompañado de nuevos protagonistas: el automóvil, el aeroplano, el transatlántico. Pero ahora ya no exalta solamente el objeto técnico, sino también los hombres que lo inventan, lo construyen, lo producen, lo usan; en una palabra, “le peuple habile de machine”, como dice Apollinaire (1880-1918). 

Los futuristas proponen un cambio global de la cotidianidad del hombre, y solamente del fragmento relativo al arte o a la fruición del arte. Lo que les interesa es el hombre que, en contacto con la máquina, cambia o es inducido a cambiar, por así decirlo, hasta sus raíces.” 

Bien, voy a intentar que lo dicho hasta aquí sirva para enlazar con la siguiente historia. Tengo un amigo con una hija de 16 años que es una lumbrera (matrículas o sobresalientes en Matemáticas, Física, Biología…). Habla Inglés y pronto lo hará en Francés, algo fuera de serie, pero muy lejos de ser la típica niña Repipi. Bueno, pues ya hace tiempo que estaba empeñada en hacer Arquitectura, a pesar de que sus padres, sin presionarla pero de forma persistente trataban de disuadirla.

Pero ella respondía que no estaba de acuerdo con que porque estemos inmersos en una crisis cuyas consecuencias no se puedan ni vislumbrar haya que estudiar lo que tenga más salida laboral para encontrar empleo cuanto antes y olvidarse de lo que pueda hacerte más feliz. Para eso no merece la pena estudiar. No, porque se está condenando para siempre la “vocación”. 

Los padres decían que no había manera; que aunque le repitieran que aquí no hay visos de diseñar un nuevo edificio en veinte años, ni una sola finca de viviendas en no menos de treinta, ella les respondía con la cuestión vocacional. Pero su madre, que sabe de mi pasión por las Innovaciones que tienen como fin prioritario la dignidad humana, a imagen y semejanza de aquellos pioneros futuristas de principios del siglo XX, herederos intelectuales del Renacimiento, requería mi opinión sobre lo que podían hacer para tratar de revertir el rumbo de los acontecimientos.


Lo cierto es que en la chica concurren dos circunstancias de lo más favorable para tratar de reorientarla. Una, que además de inteligente es una excelente persona, “un pedazo de pan”; y otra, la capacidad que tiene para asimilar la Biología y ciencias puras que le son complementarias. Y como ella no quería saber nada del ejercicio de la Medicina, la solución podría estar en un sector que también cumpla un cometido humanitario: la Biónica* (algo que a ella ya no le venía de nuevo porque conocía sus principios por haberlos tratado en la asignatura de Biología del Bachillerato). 

Yo sigo el tema, porque ya en 1997 hice un seminario sobre Diseño Naturaleza e Innovación en la Universidad Politécnica de Valencia, dirigido por Gabriel Songel, hoy catedrático de Diseño, y el italiano Carmelo di Bartolo, entonces profesor de la Escuela de Diseño Elisava de Barcelona. Por entonces se estaban sentando en España las bases de la Biónica en lo que hoy es común entre los ya iniciados. 

Bien, ahora se trataba de ver “quién le ponía el cascabel al gato”. Y con buen criterio, los padres recurrieron a una bióloga, conocida suya, que trabaja en la Universidad en un programa sobre un brazo biónico para implantarlo en seres humanos. Aquella científica (y su proyecto) era la piedra angular para reconducir la situación.

Recreación informática de una joven paralítica que se levantará de la silla 
con un exoesqueleto adosado para hacer el saque de honor en el partido
 inaugural del próximo Mundial de Brasil. 


* Biónica: ciencia que estudia el diseño de aparatos o máquinas que funcionan de acuerdo con principios observados en los seres vivos. La biónica puede sustituir órganos de los seres vivos por componentes electrónicos. 

Ah, se me olvidaba: María va a estudiar Biología para especializarse en Biónica. 

Hasta la semana que viene.

2 comentarios:

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Si no se acaba de una vez con el desequilibrio entre el ser humano y la naturaleza, nuestros descendientes no querrán ni recordar nuestros nombres.