martes, 30 de julio de 2013

RECICLAJE DE CUELLO BLANCO (I)

“La pregunta decisiva, tan cansinamente repetida en los últimos años, no puede resultar más familiar: ¿qué es exactamente -y en el adverbio se hará el mayor hincapié- lo que ha tenido que ocurrir para que todo se haya ido al traste cuando mejor iban las cosas y cuando parecía que por fin la prosperidad formaba parte de nuestro destino? Porque en apenas tres años se ha producido el desplome más aparatoso imaginable del conjunto de supuestos en torno al cual ha girado durante por lo menos el último siglo la modernización del país. Cuando ocurre una cosa así, es difícil que las aguas vuelvan pronto a sus cauces, y más vale inventar otros supuestos o acostumbrarse a vivir sin ellos….” 

Este artículo de Antonio Valdecantos, catedrático de Filosofía de la Universidad Carlos III de Madrid, de hace solo unas horas, parece dirigido a esa clase profesional a la que ya en la década de 1930 el escritor norteamericano, Upton Sinclair, llamó de "cuello blanco" (white-collar worker). Eran, entonces, unos modernos asalariados, con más o menos estudios, que realizaban tareas profesionales de oficina, los cuales acudían con camisa blanca y corbata a sus lugares de trabajo (ellas con falda y tacones) en las secretarías o administración de las empresas o en la coordinación de ventas, en contraste con los trabajadores de cuello azul, cuya labor requiere trabajo manual. 

Pero si la situación en todos los niveles empresariales es sangrante, sin duda lo es más para estos grupos de “elegantes profesionales” que si no están aún en el estadio de “Búsqueda Activa de Empleo” (eufemismo muy rebuscado pero que intenta decir lo que dice) son conscientes de que sobre sus cabezas pende la Espada de Damocles de la llamada “reestructuración empresarial”, en aras de la Diosa Productividad. De tal suerte, que es imposible calcular la cifra exacta de los que acompañarán en las listas del paro a aquellos colegas suyos que llevan tanto tiempo buscando trabajo “de lo que sea”. 

Y no se puede calcular por la misma razón que nadie acierta a pronosticar cuándo comenzará a crecer el PIB y en qué medida lo hará, dado que según los que creen saber de estas cosas si el Producto Interior Bruto no crece entre el 1,5% y el 2%, por lo menos, no hay manera de que se cree empleo de verdad. No del estacional ni a tiempo parcial, sino del real. 

En un artículo del pasado día 26 en las páginas de El País sobre la economía española y sus próximas tendencias, titulado Hemos tocado fondo, hay un pasaje que dice: 

“Si se confirman estas expectativas, el escenario que los empresarios auguran es un largo periodo de estancamiento de la economía española, con tasas de crecimiento tan reducidas que difícilmente podrán ser percibidas como una recuperación de la economía real.” 

 Mientras tanto, yo estoy convencido de que muchos lectores se estarán viendo reflejados en estos comentarios, avalados por los datos que acompaño, porque “están en el mercado” o intuyen que pronto pueden estarlo. Y, sin duda, no podrán sustraerse a la tentación de pensar que atraviesan lo que yo llamo “la edad del pavo laboral” (entre 45 y 50 años), por montones de motivos (profesionales, personales, familiares…). Pero quizás, el principal es porque entran en el período clave de cotizaciones que afectan directamente a la jubilación que, aunque no se quiera pensar en ella, “si te respetan las lesiones”, llega. Vaya si llega.

Por tanto, se impone una toma de decisiones drásticas. Decisiones valientes, imaginativas y de calado, las cuales, con toda seguridad, incluirán un reciclaje profesional (y en consecuencia, familiar/paterno/filial…) en toda regla, que puede pasar por un cambio de oficio o un posible, necesario y obligado “empujón emprendedor”. Cualquiera sabe. 

Pero esa es otra historia que nos plantearemos en el próximo post.


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Si no se acaba de una vez con el desequilibrio entre el ser humano y la naturaleza, nuestros descendientes no querrán ni recordar nuestros nombres.