miércoles, 5 de octubre de 2016

EL NACIMIENTO DE LAS PYMES ESPAÑOLAS

¿Cuándo se habla hoy de la Empresa a qué nos estamos refiriendo, a la terminal de una multinacional o a una pyme que “levanta la persiana” para producir y/o comercializar productos o servicios cuyos clientes proporcionan los ingresos para poder pagar los sueldos a los empleados, las facturas a los proveedores, los tributos al Estado y dejar cierto beneficio a sus propietarios? 

¿O hablamos de un e-business por el que uno o varios jóvenes que dominan las redes sociales y los secretos del smartphone crean una aplicación móvil (app), con la cual aspiran a hacerse ricos si alguna empresa, a cambio de publicitar su marca en la pantalla del aparato, le paga aprox. un euro de media por cada mil clicks que realicen los usuarios en su aplicación?

Lo cierto es que las cosas no siempre han sido así, y en España se ha llegado hasta aquí después de transcurrir algo menos de cien años de historia empresarial en los que ha pasado de todo. Y a pesar de la reciente recesión se han vivido tiempos mucho peores. 

Durante el primer tercio del siglo XX la economía española anterior a la guerra civil (1936-39) subsistía con una agricultura de cultivo intensivo pero de bajo rendimiento, gracias al mercado de consumo interno y a una rígida protección arancelaria a las importaciones de productos externos. También existía cierta industria que producía sobre todo para el mercado nacional, porque sus altos costes y su baja productividad impedían competir en el exterior exportándolas.

No obstante, las zonas cantábrica y mediterránea, sí vendían parte de sus productos al exterior y aportaban las divisas para importar las materias primas y los bienes de equipo necesarios para mantener las industrias internas. Pero la guerra se lo llevó todo por delante. 

Una vez acabada la guerra civil comienza la Autarquía, que duró hasta 1959, al entrar en vigor el Plan de Estabilización. El período autárquico responde a una doble causa. Por un lado, es el resultado de un aislamiento voluntario del régimen franquista, expresado en sus máximas ideológicas, y cuyo principal paradigma económico fue la creación del INI (Instituto Nacional de Industria), en 1941. 

A su vez, fue fruto del bloqueo al que fue sometida España debido a su política de alianzas con los países del Eje durante la 2ª Guerra Mundial. Este alineamiento de la política exterior española y su propia orientación ideológica conllevaron la exclusión de España del nuevo orden económico internacional, diseñado después de la Segunda Guerra Mundial en torno a las Naciones Unidas, y del Plan Marshall de 1948, del que se beneficiaron los países de la Europa occidental (incluidas Alemania e Italia). 

Todo ello conllevó un grave deterioro de las condiciones de vida de los españoles. Sin embargo, los débiles resultados económicos de este periodo no se explican sin tener en cuenta como elemento fundamental la política económica del gobierno, inspirada en un intervencionismo extremo, en el que el Régimen siguió los mismos planteamientos de los países totalitarios de Europa en los años treinta: la Alemania nazi y la Italia fascista.

El INI. Instituto Nacional de Industria

El INI, inspirado en el Istituto per la Ricostruzione Industriale (IRI) de la Italia de Mussolini, fue una entidad creada para promover el desarrollo de la industria en España, y entre los años 1941 y 1980 constituyó de hecho el grupo empresarial más grande e importante. El INI desapareció en 1995 y sus funciones las asumió la Sociedad Estatal de Participaciones Industriales (SEPI)

Empresas del INI

El INI se constituyó como un grupo industrial y financiero del que dependían multitud de empresas Las principales fueron: 

Atesa (Autotransportes), E.N Bazán (Astilleros), INH (Hidrocarburos), ENASA (Minería), ENCE (Papel), ENDASA (Aluminio), ENOSA (Óptica) ENDESA, (Electricidad), Enfersa (Fertilizantes), Ensidesa (Siderurgia). Entursa (Turismo), E.N. Sta. Bárbara (Armas), SEAT (Automóviles), ENMASA (Motores de aviación) ENHASA (Hélices de aviones)…

También integró a otras sociedades originalmente privadas como Iberia, Aviaco o CASA, y especialmente a grandes industrias en dificultades, como Uninsa, Hunosa, Altos Hornos del Mediterráneo o Astano, y más tarde Astilleros Españoles. Pero las empresas verdaderamente rentables, las auténticas “joyas de la corona”, como CAMPSA, Renfe, Telefónica o Tabacalera nunca formaron parte del INI. Sin embargo en su día sí fueron privatizadas.

Pero a pesar de todos sus errores estratégicos, el INI tuvo un efecto positivo y decisivo en el paso de la España subdesarrollada y de economía primaria de los años 40 a la pujante y terciarizada de los 70. Sin embargo, con la apertura de la economía española al comercio internacional y a la CEE, el INI perdió todo sentido y sus empresas se fueron privatizando a lo largo de los años 80.


Entre 1973 y 1975, la Crisis del Petróleo condicionó su continuidad, mientras el propio Franco agonizaba. A su muerte, el Régimen Franquista apenas sobreviviría unos meses. El final del INI llegó en 1992, cuando se le autorizó a constituir una Sociedad Anónima a la que el Instituto aportaría la totalidad de sus acciones en el capital de las compañías en las que aún participaba.

El Plan de Estabilización (1959) 

O sea, las empresas del INI fueron una especie de espejismo ya que no tenían capacidad de absorción de tanta mano de obra sobrante que malvivía dependiendo solo de la agricultura. Así es que a partir de 1956 se fue creando una corriente subterránea fomentada por un grupo de tecnócratas del Opus-Dei liderados por el Secretario de la Presidencia del Gobierno y supernumerario de la Obra, Laureano López Rodó, que dependía de forma directa del Presidente del Gobierno Carrero Blanco, y que se propusieron cambiar las cosas. 

Había que convencer a Franco de que era imprescindible acabar con la autarquía y que era necesaria una apertura al exterior. Así que en 1959, Franco firmó un Decreto-ley de Nueva Ordenación Económica, cuyos objetivos básicos eran “Establecer las bases para un desarrollo económico equilibrado y buscar una mayor integración de la economía española con la de otros países”.

Don Laureano López Rodó

Esto daría inicio al Plan de Estabilización, con la ruptura de la política autárquica, marcada por la liberalización de la economía, lo que posibilitó la apertura de relaciones políticas y comerciales con el exterior y el inicio de una época de desarrollo en la España de los 60’. Se implementó a través de los Planes de Desarrollo, que se materializaron en los Polos de Desarrollo seleccionados en determinadas zonas urbanas para crear las condiciones adecuadas y desencadenar un proceso de concentración industrial que provocaron un potente crecimiento económico, con una tasa media acumulativa del 7,2% anual en el crecimiento del PIB. 

Hubo tres Planes de Desarrollo consecutivos: 

(1964-1967), (1968-1971) y (1972-1975). 

Por otra parte, la gente emigraba a las grandes ciudades y zonas recién industrializadas, donde se necesitaban viviendas, las cuales había que equipar con más o menos enseres. Así nacieron las empresas constructoras y sus proveedoras (ladrillos, herrajes, azulejos..), así como las fábricas suministradoras de muebles y equipamientos domésticos. O sea, las primeras pymes españolas. 

Mientras tanto, mucho personal también emigraba para trabajar en Europa, con cuyas remesas de divisas y las que dejaban aquí el incipiente turismo se pagaban las importaciones de los bienes de equipo y materias primas necesarias para el funcionamiento de las industrias autóctonas. 

Pero el Plan de Estabilización había instalado sus polos de desarrollo en los llamados Polígonos Industriales (áreas en las afueras de las ciudades adjudicadas por Ley para la ubicación de empresas). Uno de cuyos efectos fue que los talleres artesanales del interior de las ciudades “premiadas”, junto con las pequeñas empresas auxiliares (subcontratistas) que las del INI necesitaban, se implantaron en los nuevos polígonos para aprovecharse de sus infraestructuras, sumándose a las primeras e incipientes pymes industriales a las que ya hemos hecho referencia. 

Hasta la semana que viene

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Si no se acaba de una vez con el desequilibrio entre el ser humano y la naturaleza, nuestros descendientes no querrán ni recordar nuestros nombres.